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La casa de la plaza de Benalúa, donde escribió Gabriel Miró sus primeros libros.
Seccion Informacion General - Benalua en la Prensa
En el aniversario de la muerte del autor de -El obispo leproso-: 27 mayo 1930
- 25/05/1965
INFORMACION
La plaza de Benalúa, nervio y corazón del prestigioso barrio alicantino tendido a las orillas del Mediterráneo, en los accesos a la ciudad por la carretera de Madrid, se ennoblece con el recuerdo literario y profundamente humano del inolvidable escritor Gabríel Miró:
En la mencionada plaza perdura la mansión que habitara el autor de «El obispo leproso» durante los diez años más difíciles de su existencia. Más que en su casa natalicia de la calle de Castaños, atestada de rótulos comerciales; más que en el retiro campesino y veraniego de Polop; más que entre los verdes cipresales de Beni-Saudet, a Miró resulta grato encuadrarlo en esta mansión de aspecto sencillo, casi rústico, deportista de comodidades hogareñas, pero que para el autor de «Las cerezas del cementerio» tenia la gran ventaja de que, desde sus balcones, se presentía la vecindad del mar.
El despacho del escritor estaba atestado de libros, y, la luz, encendida hasta bien altas horas de la madrugada: largas vigilias dedicadas al estudio y a la meditación; a preparar las asignaturas de su carrera de abogado, que terminó en el año 1900; a hilvanar misivas de amor para la que había de ser su esposa, Clemencía Maignón; a escribir libros ...
La mitad de las obras que integran el acervo literario del famoso estilista se escribieron en esta mansión de la plaza de Navarro Rodrigo, donde todo continúa lo mismo que cuando habitaba él. Sobre todo es de evocar aquí la publicación de «La mujer de Ojeda», su primera novela; dos años después, la de «Hilván de escenas», que obtuvo un éxito económico bien poco lisonjero; y, sobre todo, la gestación de Nómadas, que por haber obtenido el primer premio en el certamen nacional convocado por «El Cuento Semanal», - 6 de marzo de 1908 - constituyó la novela de revelación.
Y con los recuerdos de tipo literario, las evocaciones de carácter familiar: la terminación de la carrera de abogado -que jamás ejerció-; la boda, en la cercana iglesia del barrio, cuando Miró contaba veintiún años de edad; la muerte del padre, ingeniero jefe de la provincia; el nacimiento de sus hijas Olympia y Clemencia, trasunto fiel dela inteligencia y bondad de su adorado padre.
En su casa de Benalúa pesaron sobre Miró los agobios económicos derivados de su condición de modesto empleado de la Diputación; y, más tarde, del Ayuntamiento alicantino. Y se sintió confortada su alma con la convicción de saberse llamado a destacar en la república de las letras como un astro de primera magnitud; se enfrentó con el problema de, con muy escasos medios, mantener, con la dignidad y el decoro necesario, la familia que había creado con tanto amor; y resolvió el de su humanidad interior como eximio cantor de las cosas humildes, de los oteros tranquilos, de los varaderos, de los muelles y dársenas del Mediterráneo alicantino surcado por embarcaciones con la proa enfilada hacia todas las rutas; todo lo que, descrito por su pluma galana, adquirió una resonancia, un relieve musical insospechado, producto de la fusión espiritual que existió entre el propio escritor y su reflejo literario: Sigüenza».
Miró alentó casi ignorado en su casa de la plaza de Navarro Rodrigo, durante diez años; y fue, indudablemente feliz, a la sombra de estos graciosos pinos de Benalúa que sueñan con la agreste soledad de las laderas de los montes, frente al horizonte de colinas suaves, sembradas de nopales y palmeras, que descienden hasta el mar.
En el año 1908, cuando Gabriel Miró hubo de trasladarse a Madrid, invitado por Valle Inclán, Pio Baroja, Felipe Trigo y Eduardo Zamacois, para asistir al homenaje organizado en su honor para celebrar el éxito conseguido en el concurso de «El Cuento Semanal, el genial estilista alicantino pronunció un discurso de elevados tonos poéticos que constituye la literaria exaltación del barrio de Benalúa.
El autor de «Las cerezas del cementerio, en tan memorable ocasión, con su noble fantasía creadora, incorporó a su acervo literario la serena belleza de este oasis ciudadano «circundado de sementeras alumbradas siempre con la alegría de un sol nuevo.
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El paisaje, hecho de calles amplias que se agrupan en derredor de la plaza despejada, se entregó al glorioso escritor, cordialmente, con la misma cordialidad con que se entrega a cuantos convirtieron el barrio en refugio de un vivir amable. «Bajo -evocó el escritor con hablar reposado- se tiende el mar, amparado por un brazo roquero de dulce curva, con manchones de palmeras y arenas calientes y cegadoras, donde las higueras, ahogándose, sacan manos crispadas.
Benalúa, como elemento topográfico, es una parte integrante del todo de la ciudad; acaso la que con mayor fuerza contribuye a aumentar la fama de Alicante como ciudad sosegada y poética. rica en tradiciones y tipismo que proyecta sobre el ancho solar de la Península la atracción imponderable de su clima y de su mar.
Jose RICO DE ESTASEN
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