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Hace exactamente diez años, con motivo de la conmemoración de su 50 aniversario, el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert publicaba el facsímil La cocina alicantina (La cuina i el menjar alacantí), libro cuya primera edición había visto la luz en 1973. La razón de este rescate bibliográfico respondía, sin duda, a una pertinaz demanda popular que, después de treinta años, era preciso atender. La pregunta que cabía hacerse entonces parecía clara: ¿Por qué aquel libro? Qué tenía ese volumen dedicado a la cocina tradicional alicantina que no ofreciera, entre el millar de obras editadas por la institución, cualquier otra publicación.
La respuesta a ésa y a otras cuestiones me la dio por aquellas fechas su autor, un tipo largo, enjuto, de trato algo áspero a las primeras de cambio pero dispuesto a soltar poco a poco el hilo de la afabilidad, según discurrieran las cosas. Lo había visto en repetidas ocasiones, siempre a distancia, en eventos culturales y festivos. Ahora lo recibía en mi despacho para comentar los detalles de la reedición de su obra y la publicación de otros libros inéditos tras veinte años de sequía o de silencio.
De este modo conocí, en toda su humanidad, a Francisco Gonzalo Seijo Alonso, un gallego (Castrelos, Vigo, 1925) afincado en tierras alicantinas desde 1953 al que cabía definir como un profundo enamorado de nuestras tradiciones, de los usos y costumbres de nuestra provincia; un recolector de secretos, de recetas, de peculiaridades del saber popular que, lápiz y libreta en mano, dedicó buena parte de su vida a recorrer nuestra geografía y a divulgar sus hallazgos.
Esa pasión por la charla, por el contacto con las gentes de aquí, por el testimonio directo, aún la conservaba muchos años después de su primera publicación en 1964: Castillos de Alicante. Lo pudo dejar patente en medio millar de artículos escritos desde los años 50 para la prensa local bajo títulos y secciones como Alicante desconocido, Por las rutas del sol, La provincia en el lápiz de Gastón Castelló Nuestras Raíces, Castillos de Alicante o La idiosincrasia de nuestro pueblo. Pero sus investigaciones y su aportación más sólida habían llegado en los 70 con la publicación de libros de referencia obligada que no me resisto a recordar: La cocina alicantina (1973), Gastronomía de la provincia de Alicante (1974), Curanderismo y medicina popular (1974), Guía secreta de Alicante (1977), Cien recetas típicas de arroz de la región valenciana (1977), Cerámica popular en la región valenciana (1977), Castillos del país valenciano (1978), Balnearios y aguas medicinales de Castellón, Valencia y Alicante (1978), Torres de vigía y defensa de la costa en el Reino de Valencia (1979), La vivienda popular rural alicantina (1979), Los fantasmas de Alicante, Valencia y Castellón (1979), La paella y 175 recetas de arroz típicas de la región valenciana (1980), Los monumentos de Alicante (1981), Alicante artístico, turístico y monumental (1981)É Y así hasta veintinueve títulos que completan la labor, no ya de un erudito o de un sesudo intelectual encerrado en su torre, sino la de un viajero y un documentalista infatigable que no flaqueaba ante nada.
Los lectores entendieron desde el primer momento que Francisco Seijo era un magnífico divulgador de historias, de costumbres y de datos, un recopilador histórico-turístico que extraía el sabor popular de las cosas, de las gentes y de los lugares andados. Por eso su libro La cocina alicantina (La cuina i el menjar alacantí) tuvo que editarse de nuevo; por eso la Diputación de Alicante consideró oportuno publicar por aquellas fechas, en 2004, sus dos últimos trabajos: Alicante ilustrado (1154-1672) y Asesinato de los barones de Agres y Sella de la familia Calatayud en la amurallada ciudad de Alicante en 1619.
Como ya es sabido, el sábado 18 de mayo, Francisco G. Seijó Alonso falleció en el Hospital de Sant Joan dAlacant (agradecemos a Alicante Vivo la información). La mayoría de quienes tuvimos el placer de conocerle, de estrechar su mano limpia, grande, enérgica y cordial, lo supimos -sin propósito de excusa y con la verdad por delante- demasiado tarde. Lo mismo nos sucedió el pasado febrero con José Antonio Suárez, otro alicantino de adopción y de alma que se nos fue de puntillas, casi en silencio; un filósofo que compartió, en su dorada etapa madrileña, café y tertulia con Eugenio dOrs, Manuel Machado, Zabaleta, Andrés Vidau, Cela, García Nieto, Zunzunegui, Aldecoa y Fernández Santos..., que dedicó parte de sus textos a Alicante y que murió en la terreta con la triste discreción de su bonhomía, anhelando quizá un pedazo de gratitud y de recuerdo claro por todo lo que fue, por todo lo que la vida y el tiempo, acaso, se negaron en darle. El 23 de abril, día del libro, le rendimos un cálido homenaje y le dedicamos versos, semblanzas y palabras que no van a quedar en el olvido.
A Francisco Seijo Alonso le debemos algo más que esta evocación tardía. Le debemos el reconocimiento de lo que su obra ha aportado al conocimiento de la vida cotidiana de nuestros pueblos, al descubrimiento de su vertiente más cercana y popular (etnografía, folclore, tradiciones, arquitectura, enología), y le debemos el amor con el que supo impregnar todo cuanto escribía y a todo cuanto nos dio a leer; y ello con la pureza de un gallego que, huyendo de sentimientos y sentimentalismos alicantinos, puso Alicante al alcance de cualquier lector, ya fuera indígena o foráneo, sedentario o nómada, vecino o viajero. Le debemos un homenaje por poderosas razones, por numerosos motivos y porque, más allá de su muy sentido adiós, se van a cumplir 40 años de la aparición de La cuina i el menjar alacantí -acaso su mejor obra-, y el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert está dispuesto a conmemorarlo al lado de quienes deseen sumarse a este acto y a este recuerdo.
Prometemos que, cuando eso ocurra, informaremos puntualmente a los ciudadanos interesados en participar. Prometemos que seremos los primeros en llegar y que no despertaremos sentimientos de indignación o de "vergüenza ajena", tal y como sucedió el pasado 20 de mayo, al parecer, por no acudir a tiempo al funeral, por no enviar ninguna representación, por no hacer llegar una nota y quizá por acabar rectificando, como ahora, demasiado tarde.
Sin excusa y probablemente sin perdón, enviamos desde aquí el más hondo abrazo a los familiares de Francisco Seijo. Esperemos que el contenido de este artículo dedicado al escritor haya servido para enmendar, mínimamente, nuestra ausencia y para rogarle a quien censuró nuestra aparente desatención que nos permita otorgarnos el placer de retomar estos días un libro de Seijo Alonso y de leerlo con verdadera gratitud, con sincera curiosidad, con absoluto deleite.
Jose Luis V. Ferris
Director del Instituto Juan Gil-Albert
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