ALFREDO ARACIL/ ALICANTE

Una de las personas más carismáticas del barrio de Benalúa que sin haber nacido allí ni contar con familiares, cuyo domicilio pudiera ubicarse en cualquiera de sus calles, supo granjearse el afecto, la admiración y el respeto de los vecinos fue, sin duda alguna el farmacéutico Antonio Trives, a quién todos llamaban cariñosamente don Antonio.

La farmacia es considerada un símbolo en tan popular zona alicantina “desde mucho antes de comenzar la guerra civil española”, según manifiestan los vecinos de mayor edad. Está situada en el chaflán de la plaza de Navarro Rodrigo, lindante con las calles Pardo Gimeno y Pérez Medina, justo en la parte opuesta a la que suelen plantar la hoguera.

Sobre los años 40 llegó un mancebo llamado Rogelio que se casó y tuvo hijos y nietos y se jubiló en la farmacia de don Antonio. “El titular apenas si atendía al público. Nosotras cuando teníamos algo que consultarle o comentarle, lo hacíamos a Rogelio y él nos sacaba de apuros”, indican algunas señoras, vecinas del barrio, consideradas por ellas mismas y por otras, de las “de toda la vida”.

Lo que añoran estas mujeres “es que ya no tenemos ungüento de Cañizares ni de canutillo, ni aquéllas pastillas tan buenas que se llamaban Formitrol y Diformil, para la tos, con sabor a mentol. Ni las cataplasmas, o los parches porosos. Ahora hay otras cosas, pero ya no es lo mismo”.

Añaden que “mi hija también es clienta y la nieta de esta señora. Y yo creo que no queda ninguna persona en este barrio, aunque no haya nacido aquí, que no la frecuente”. Y de esta fidelidad, precisamente nos habla Elena Calatayud Calpena, la titular del establecimiento desde el año 1995. “Pero anteriorimente la titularidad la ostentó José Botella Manchón, que la tomó del primitivo farmacéutico”.

Desde su llegada a la farmacia de Benalúa , que es como la conocen y denominan sus clientes, se ha percatado, así como Gloria y Alejandra, su fieles colaboradoras en atender a las personas que acceden al interior del local –que se ha visto afectado por tres reformas, al menos– desde detrás del mostrador, de que regresen a sus domicilios satisfechas de conseguir alivio para sus dolores.

A pesar de la evolución de la vida, de los cambios urbanísticos que la popular barriada alicantina ha experimentado con el paso de los años, este largo caminar no ha sido más que una continuación del cotidiano devenir de las gentes que lo habitaban y que se ha ido transmitiendo de padres a hijos. “Por eso guardan la fidelidad que han venido recibiendo y nos tratan con el mismo cariño y respeto que nosotras procuramos ofrecerles a cambio”, dice Gloria.

Fuente: Las Provincias