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EL TIO PEPE DE CAMPELLO
Antonio tenía mucha amistad con dicha familia y su señora la Sra. Elisa, que eran muy buena gente. Íbamos a visitarles y ellos nos invitaban a comer o a merendar. Fuimos uno de los días, y el tío Pepe tenía una cochinera con un cerdo en un patio muy grande. Nada más llegar nos advirtió que tuviéramos cuidado con el cerdo y no nos acercáramos a él porque era muy malo.
El hombre entró en la casa y mi suegro le dijo a mi cuñado Paco: Ábrele la puerta de la cochinera, a lo que respondió que no, que el tío Pepe nos ha advertido que no nos acercáramos al bicho. Mi suegro, se quitó la chaqueta y de rodillas se puso delante de la puerta e insistió que la abriera, saliendo el cerdo como si de un toro se tratara, pasándole por encima.
Al jaleo que se montó salió el tío Pepe gritando: ¡Eh, eh que pasa! Nada –contentó mi suegro- que el cerdo se ha escapado. El pobre animal al verse libre corría y corría dejando el jardín destrozado, con lo orgullosa que la Sra. Elisa estaba de sus flores y arbustos.
FERNANDO COLOMA
Era viajante de la fábrica EL MONAGUILLO y tenía la costumbre de entrar en la relojería y delante de los clientes muy serio decía: Sr. Antonio ¿me ha traído el diamante que le encargué? Aquí lo tiene D. Fernando – y mi suegro le sacaba una lágrima de una lámpara vieja-. El la miraba y preguntaba ¿Qué vale? A lo que Antonio respondía 200.000 pesetas. ¡Oh. No! Yo quería algo mejor. ¿No tiene otro más grande aunque valga el doble?
No, pero se lo puedo encargar.
El Sr. Coloma se marchaba muy contento, viendo que los clientes se quedaban boquiabiertos.
EL COMANDANTE RIQUELME
Por aquella época nos visitaba el comandante Riquelme, que años atrás tuvo un accidente y quedó un poco trastornado. Estaba en la reserva y por ese motivo no vestía de uniforme. Una tarde que visitó la relojería, llegó Fernando Coloma y como siempre preguntó si le había traído el diamante que encargó.
Si mi coronel –respondió mi suegro-
Acto seguido el comandante Riquelme se le cuadró y dando un par de taconazos dijo:
A sus órdenes mi coronel el comandante Riquelme se pone a su servicio.
Fernando se quedó blanco y sin habla. A continuación el comandante preguntó:
¿Dónde está Vd. destinado?
Mi suegro se adelantó y dijo que en Melilla.
Ah pues allí tengo buenos compañeros y Vd. Puede conocer a algunos
Antonio salió al paso diciendo que acababan de destinarlo.
Fernando,despidiéndose muy correctamente se fue corriendo y blanco, refugiándose en la portería siguiente y cuando el comandante se fue Fernando volvió a entrar todavía con el susto en el cuerpo.
¡Antonio no me hagas esto!
Para apaciguarlo mi suegro le dijo que no estaba muy bien de la cabeza. Fernando se lo contó a sus amigos del bar y fue la risa de todos ellos.
JUANITO CANOVAS
Trabajaba en los tranvías de cobrador y cuando se hizo mayor lo pasaron a la limpieza de dichos tranvías en la cochera, que era por la noche. Una tarde sobre las ocho vino a la relojería con la cena y una bota de vino. Mi suegro le dijo:
No me has traído el recibo del Hércules (él era el cobrador).
Hay se me ha olvidado. Voy a mi casa y lo traigo.
Dejó allí la cena y la bota de vino. Mi suegro se la vació y la llenó de agua. Cuando llegó Juanito recogió su cena y el supuesto vino y se fue a trabajar. A la hora de cenar se juntaban varios trabajadores, los cuales habían pactado que cada día llevara uno el vino. Uno de sus compañeros que dicho sea de paso, no había bebido agua en su vida, cogió la bota y se hizo un trago y exclamó:
Juanito eso a mí no se me hace…
Que pasa, que pasa –dijo sorprendido el tal Juanito, cogiendo la bota y bebiendo.
Cuando vaya mañana a la bodega de Jeromo se va a enterar.
Un momento –dijo un compañero- Vamos a recapacitar ¿tú que has hecho después de salir de la bodega?
He ido a la relojería de Antonio.
No hablemos más Juanito…
Al día siguiente a las ocho de la mañana, ya estaba aquel en el taller de la relojería a contarle a mi suegro lo que había pasado y durante varios años se reían recordando la trastada del vino.
RAMON GUAL
Una tarde de hogueras, estábamos sentados en la calle tomando el fresco, toda la familia y Ramón Gual que era muy amigo. Ramón trabajaba en la RENFE. Como mi suegro era muy conocido en el barrio, pasaba la gente y saludaba. Charraeta uno charraeta otro y así pasábamos el tiempo. Uno de ellos era Venancio el Botas y un día se puso detrás de Ramón Gual sin que éste se percatara y con las manos le hizo cosquillas tirándolo de la silla en la que estaba sentado, ya que era muy nervioso y no soportaba las cosquillas. Venancio dijo que le perdonara pues no sabía que iba a reaccionar así.
Sí que lo sabías y por eso lo has hecho –y tenía razón-.
Al rato pasó Ramonet, un personaje famoso de la Hoguera de Alfonso el Sabio gritando “La pochechión, la pochechión”, mi suegro le dijo. Aquí no hay prostitución, marrano, este es un barrio muy decente, en eso se oyó la música por la calle de delante y se fue corriendo. Él iba buscando la Procesión.
MERIENDA EN LA PLAZA DE TOROS
El Sr. Asensi que vivía en el “Rincón de la Gloria”, le organizaron una merienda entre los amigos, Antonio, Uvi, Emilio. Un domingo a medio día se juntaron en la relojería para matizar la merienda, Uvi que trabajaba en un almacén de salazones trajo una hermosa hueva de atún, un trozo de mojama y tres latas de conservas, y dijo, esto para merendar esta tarde, pero ahora nos invitas a una cerveza y esta tarde llevarás el vino.
Esto está hecho, dijo Asensi, haciéndosele la boca agua de pensar en la merendola, los invitó a la cerveza y después se fue a comer a su casa, los otros se quedaron en casa de mi suegro preparando la merienda que constaba de una caja de zapatos llena de piedras y en un extremo le salía un pico de pan duro.
Uvi cogió todo lo que había traído y se lo llevó a su casa. A la hora indicada para ir a los toros a ver al Tino y Pacorro, se reunieron en la relojería, Emilio cogió la caja de la supuesta merienda, “yo la llevaré”, dijo Asensi, que tú puedes perderla y la cogió bajo el brazo y se fueron a la plaza.
Al primer toro ya quería merendar, ¡No, No! Al tercer toro merendaremos, dijeron todos. Y al tercer toro, venga vamos a merendar. Yo no tengo hambre dijo uno, yo tampoco, dijo otro y además se nos ha olvidado traer una navaja, ¡pero a mí no! Dijo Asensi, así que cogió la caja, cortó la cuerda y cuando vio el engaño, se quedó blanco, y todas las personas que estaban a su alrededor, no podían parar de reír. Por favor, que no se enteren mis hijos de esto, se marchó y desde aquel día perdieron las amistades.
TRAFULLEROS
Pepito Domínguez, era ciego y se ponía a vender los cupones de la Once por las mañanas en la puerta del Mercado de Benalúa, junto a la señora María que vendía alfalfa para los conejos. Por la tarde, sobre las tres, venía a la relojería y sobre las cuatro venía a recogerlo el tío Paco el favero, suegro del barbero y se iban a vender los cupones que quedaban por el centro de Alicante.
Mientras venían a buscarlo, nos contaba cosas de su juventud y escuchaba la radio que teníamos puesta, también nos contaba cosas de la guerra, que es donde perdió la vista. Nos contaba que en el frente de Madrid, estaban alojados en un palacete que habían requisado a su dueño, el Marqués de Treviño. Un día se le ocurrió mirar por dentro de una chimenea y encontró una caja de puros.
Nosotros teníamos un magnetofón, y un día grabamos las noticias de Radio Nacional y a los dos minutos la paramos para grabar lo siguiente: “Interrumpimos la emisión para entrevistar al Marqués de Treviño, el cual dijo que estaba buscando a los rojos que se instalaron en su palacete, pero eso no es lo que más le molestó, es que uno de ellos que creo que era de Alicante, le quitó una caja de puros que guardaba celosamente para celebrar la gloriosa Victoria del Ejercito Nacional.
Ya he dado órdenes al Gobernador de Alicante para que busquen a ese individuo.
El día que lo pusimos, Pepito estaba escuchando la cinta con mucha atención, blanco como el papel, nosotros no pudimos contener la risa, él se percató del engaño y lejos de enfadarse, nos dijo … TRAFULLEROS.
LA RELOJERIA ZONA DE ENCUENTRO
La relojería era un rincón al que venían personas y personajillos del barrio y de fuera de él. Venían “los Tanguistas”, Ricardo Tafalla, Emilio Campillo, Rafael el papelero, el Gaucho, que vivía en La Florida, Gaspar Agulló que tocaba la guitarra, y varios más, y sobre todo, Tomasito, que era hijo de un relojero con el que mi suegro trabajó en su taller, D. Tomás Aznar.
En la relojería de mi suegro cantaban y se criticaban unos a otros, tenían mucha afición, pero lo hacían bastante mal. A Tomasito mi suegro lo hacía cantar acostado encima de un baúl que la parte de arriba era curvo, porque le decía que así le salía mejor la voz, hay que imaginar que cantando, se iba resbalando y caía del baúl, nosotros no podíamos aguantarnos de la risa, pero él seguía cantando sin darse cuenta de nada.
También había otro personaje que recitaba fábulas y además cantaba “fatal”. Mi suegro de apodo lo llamaba Tita Rufo, como un famoso tenor. Las fábulas que recitaba eran (subió la mona a un nogal, en un panal de rica miel, el mancebo y los pájaros), y al terminar de recitar, fatal, ya que no se le entendía nada, daba media vuelta y decía … SAMANIEGO, se hacía mucho de rogar, pero cuando empezaba, no lo podíamos parar.
Dentro del amplio abanico de visitantes que teníamos, venían dos frailes, El Padre Ernesto, que había estado muchos años de misionero en la Guinea, estaba en el Convento de los Capuchinos, y como allí no le dejaban fumar, se pasaba varias horas en la relojería fumando como un carretero, pero era una persona muy amena y nos contaba muchas cosas de cuando estuvo de misionero. El otro fraile era el Padre José, prior del Santuario de Orito, también muy agradable y campechano que venía a recogerlo y se marchaban juntos.
Mi suegro estuvo en la guerra en la zona de Andalucía de camillero, junto a Emilio, Manolo Sánchez, que trabajaba en Conca, y dos más del centro de Alicante. Cuando había una batalla, los camilleros se escondían en sitio seguro, hasta que venía un oficial y los mandaba a recoger heridos, Emilio y mi suegro buscaban los más delgados y los llevaban al hospital de campaña, donde se quedaban para no volver al frente, y gracias a gente como ellos, perdieron la guerra.
Un gran amigo de mi suegro era Sandalio, el de las bicicletas, y cada vez que mi suegro lo veía, aunque hubiera sido hacía 10 minutos, le decía “Che Sandalio, cuanto tiempo sin verte. Me cague en deu”, riéndose ambos de la “gracia”.
En aquella época estuvo de moda hacer los Ejercicios Espirituales, hacían reuniones y se hacían llamar los “Hermanos de Cristo” y tenían varias personas para captar gente. Sandalio, como era tan buena persona, no supo decir que no, también se apuntó Rafael “el Solo”, pero a pesar de que lo intentaron, a éste no pudieron sacarle punta. Un par de meses después, fue Sandalio a la relojería, “Che Sandalio, cuanto tiempo sin verte. Me cague en deu”, dijo mi suegro. “che maestro, no diga malas palabras, contestó Sandalio.
Espero que estas vivencias no hayan molestado a nadie, si es así, pido disculpas.
Tengo que agradecer a Miguel Payá Castellanos y a su equipo de colaboradores que gracias a ellos celebramos estas comidas Benaluenses.
Fuente: Juan Valls
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