Va a adoptarse de un momento a otro, si no lo ha sido ya al tiempode escribir esta crónica, la decisión de talar todos los pinos que se yerguen en las calles del barrio de Benalúa. Hace mucho tiempo que se viene hablando de este asunto y el tema ha suscitado en la ciudad no pocas polémicas. Los amigos del árbol sienten, naturalmente, profunda aflicción ante un hecho que parece inevitable. Porque los pinos de Benalúa están socavando los cimientos de las casas, irrumpen con sus gruesas raices en los aposentos y hacen ímpracticable cualquier tarea de urbanización del barrio. Por contra, constituyen un elemento decorativo fúertemente adherido a la panorámica benaluense y tienen, además, a su favor el argumento nada despreciable de sus muchos años.

Es muy de lamentar, en efecto, la tala del pinar de Benalúa. Pero también ha de lamentarse que los Ayuntamientos alícantinos no considerasen a tiempo los perjuicios qué pinos de esta clase habrían de originar fatalmente. Por lo general, los Municipios se ocupan poco del arbolado público y luego, cuando ya es inevitable, surgen las lamentaciones y afloran los sentimentalismos. Es necesario que el Ayuntamiento vigile el aspecto forestal de la ciudad, cuidando del replanteo cuando los troncos alcanzan diámetros excesivos, atendiendo con toda solicitud las podas, evitando las epidemias, protegiendo los tallos tiernos, etc, y, sobre todo, haciendo cumplir las ordenanzas sanitarias. Y éstas, precisamente, según tenemos entendido, prescriben que en las calles de las ciudades se planten árboles de hoja caediza, que permitan disfrutar del sol invernal y de la umbría en el sofocante verano, mas no árboles forestales que tienen su lugar en la repoblación de montes y terrenos salvajes.

Deben caer, aunque nos duela, esos fornidos pinos benaluenses, Pero habrá que sustituirlos por otros árboles. Y en tal sentido hay quien aboga porque se vuelvan a plantar pinos, esta vez del tipo llamado "marítimo", cuyo tallo es rectilíneo y de rápido desarrollo. Otros opinan que sería mejor plantar álamos blancos o tal vez falsos plátanos o acacias. Nosotros propugnaríamos porque fuesen cerezos del Japón los árboles qué sustituyeran en su día a los pinos condenados a muerte. La Embajada del Japón en Madrid y el Gobierno japonés, por supuesto, se hallarían dispuestos sin duda, como hicieron con otras ciudades, a regalar a Alicante las plántulas de vivero necesarias para adornar el barrio de Benalúa con la nota oríginal y exótica de este bellísimo árbol, como un mensaje de remota y cierta arriistad. Gines ALBEROLA.

Fuente: ABC.es